miércoles, 23 de abril de 2014

Los secretos del éxito de Shakespeare




James Shapiro desmonta las teorías de la no autoría del poeta y dramaturgo inglés

Por Winston Manrique Sabogal

'Sueño de una noche de verano', de Ur Teatro
¡Shakespeare ha muerto! ¡Viva Shakespeare!

Hijo del Renacimiento, como Leonardo, Miguel Ángel, Rafael y Cervantes, la autoría de William Shakespeare ha sido cuestionada muchas veces. Setenta nombres, por lo menos, se han atribuido a la verdadera autoría de las obras shakespearanas. Una duda que, en los 450 años de su nacimiento, ha despejado James Shapiro. El profesor e investigador de la universidad de Columbia, abordó la cuestión en uno de los mejores estudios sobre el poeta y dramaturgo en Shakespeare. Una vida y una obra comprometidas (Gredos). Su conclusión es clara: Shakespeare es Shakespeare.

Otelo, Julio César, Enrique VI, Trabajos de amor perdidos…

Admirado ya en vida, logró el milagro de hacer sonar en un solo aplauso las palmas del público y los expertos, no solo de su época sino también a lo largo de estos cuatro siglos. Pero la sombra sobre su autoría ha aumentado en los últimos 150 años. Que si era alguien de la corte, que si era el nombre clave de un noble, que si era un político más culto, que si era el dramaturgo…

Si bien no se sabe su fecha exacta de nacimiento, sus padres lo registraron el 26 de abril de 1564, lo que significa que habría nacido entre el 19 y 25 de abril, ya que los bebés se registraban entre dos y seis días después de nacidos. Su muerte, en cambio, no deja dudas: 23 de abril de 1616.

Macbeth, El mercader de Venecia, El rey Lear…

Las razones de la polémica sobre la verdadera autoría, según James Shapiro resultan por momentos inexplicable. Aunque reconoce ciertos motivos: “No sobreviven muchas evidencias, aunque hay pruebas suficientes de su autoría, y el poderoso deseo de plantear y resolver un misterio. Otro más es la emoción de las teorías de conspiración, basadas en la exposición de cómo las autoridades e investigadores (como yo) han tratado de engañar al público. Pero sólo una persona escribió: William Shakespeare de Stratford”.

La grandeza de muchas de sus obras siempre ha despertado el misterio sobre su creador. Es la intriga tentadora del ser humano por desmontar la magia, por conocer el mecanismo y el origen de la belleza y lo sorprendente. La fascinación del enigma. Las preguntas ante lo sublime.
"No sobreviven muchas evidencias, aunque hay pruebas suficientes de su autoría, y el poderoso deseo de plantear y resolver un misterio"
A esto se suma la sombra de una autoría que diferentes generaciones quieren reinventar. La tentación de resolver un enigma porque “sus obras son como los diamantes contra la luz que al hacerlos girar el reflejo de su brillo es especial y nuevo en cada movimiento”, explica Shapiro. Ahí está Hamlet, por ejemplo: “durante varios siglos ha sido visto como un intelectual paralizado por el exceso de pensamiento; otros lo han visto como un hombre que lucha por superar una crisis espiritual o religiosa; otros como un hombre que está abrumado por un complejo de Edipo. Estoy seguro de que la próxima generación tendrá su propia explicación a Hamlet”. Las culturas cambian, los tiempos cambian, la mirada cambia.

La tempestad, Ricardo III, ucho ruido y pocas nueces, Cimbelino…

Una tentación irresistible la de cada generación que busca redescubrirlo, reinventarlo, de saber dónde está el misterio, qué escode y por qué en una persona así: hijo de un comerciante de lana, carnicero, arrendatario pero que conocía no solo la vida de la corte y el reino, sino, sobre todo, el alma humana mejor que nadie, los pasadizos oscuros de los deseos, sueños y ambiciones. Un misterio. Es lo que tiene el genio, dice Shapiro, y recuerda que otro como Shakespeare que murió en 1616 era hijo de un barbero: “Cervantes también podía ver en el corazón de las personas a través de las clases sociales. La observación, la empatía y la curiosidad son dones y habilidades de los más grandes artistas, independientemente de su estirpe o clase social, pero que luego deben trabajar en su perfeccionamiento”.

El genio y el talento solos no bastan. “Shakespeare era muy afortunado”. Su buen momento coincidió con el periodo de esplendor de Elisabeth I. Aunque, recuerda el investigador, él poeta y dramaturgo nació y creció en un pueblo con una escuela de gramática terrible. “Cuando era un niño se empezaron a construir en Londres teatros públicos que podían albergar hasta 3.000 personas. Como resultado de ello, la posibilidad de ganarse la vida como actor, escritor y accionista de una compañía de teatro sólo se hizo posible en Inglaterra en la vida de Shakespeare. También fue bendecido al escribir para un grupo de actores excepcionales en un momento de gran transformación: los ingredientes perfectos culturales y políticos para una carrera estelar”.

Romeo y Julieta, El sueño de una noche de verano, Antonio y Cleopatra…
"Era hijo de un comerciante de lana, carnicero, arrendatario pero que conocía no solo la vida de la corte y el reino, sino, sobre todo, el alma humana mejor que nadie, los pasadizos oscuros de los deseos, sueños y ambiciones"
En ese entorno William Shakespeare da rienda suelta a su innata creatividad. Estaba dotado de muchas maneras. Escribía simplemente cuando lo necesitaba y de manera compleja cuando la situación lo exigía. Bebía de historias del pasado, del presente y de su propio ingenio. Pero a todas las dotaba de originalidad, las crea y confirma que la clave de una obra de arte está en el cómo. “Sentía menos necesidad de inventar historias que de transformar los que otros habían escrito y así descubrir el núcleo de las verdades”, asegura Shapiro. Incluso, tenía la capacidad de ampliar la simpatía a los personajes más malvados y violentos. “Tenía un talento mágico para hacer que cada miembro de la audiencia sintiera que él le estaba hablando directamente”.

El espectador o lector lo agradece porque no solo ve en esas obras una parte de los demás, sino también de su propio yo invisible o agazapado. Yoes que conforman el puzle del ser humano que incluye los fragmentos contra los que la mayoría de personas pugnan por no dejar salir.

Ahí reside parte de su eternidad. Shapiro se pregunta en qué momento las obras de Shakespeare dejarán de interesar a la gente, o no hallarán las conexiones con sus vidas. Su reinado se prevé largo, ¿eterno? “Mientras vivamos en un mundo donde las emociones y los problemas que animan estas obras sean parte de la vida y la existencia diaria como la codicia, el deseo, el amor, la ambición política, el odio racial, las divisiones dentro y entre las familias y las naciones”, él sospecha que su eternidad no tendrá fin.

Hamlet, príncipe de Dinamarca, Tito Andrónico, Coriolano…
"Mientras vivamos en un mundo donde las emociones y los problemas que animan estas obras sean parte de la vida y la existencia diaria como la codicia, el deseo, el amor, la ambición política, el odio racial, las divisiones dentro y entre las familias y las naciones, Shakespeare seguirá vigente"
Shakespeare juega con nosotros y nosotros aceptamos encantados su juego. No solo en el tratar de descifrar su enigma y magia, sino en establecer cuáles son sus obras que más nos gustan. Dependerá del momento de la vida de cada uno; hoy podría ser Cimbelino, mañana Antonio y Cleopatra, y ayer pudo haber sido Romeo y Julieta u Otelo. James Shapiro vive un momento Rey Lear. Entre otras razones porque es el tema de un libro en el cual trabaja desde hace una década y que publicará en 2016, cuarto centenario de su muerte. “Tuve la suerte de ver una producción inigualable, brillante, hace unos meses en Londres, protagonizada por Simon Russell como Lear, dirigida por Sam Mendes. Fue una interpretación audaz y sumamente oscura de la obra, que se dirigió directamente a nuestro momento cultural”. Su personaje favorito de Shakespeare es uno muy pequeño: el siervo sin nombre en El rey Lear, que trata de detener a su amo y muere en el intento, su pequeña parte es inquietante. En Shakespeare, admite, incluso los personajes más pequeños pueden ser inolvidables.

Sus verdades esperan entre las sombras. Seducen, porque sus bellas palabras desenmascaran cosas que nos palpita dentro.  


© El País

Una pasión que nació leyendo Ivanhoe



Jacques Le Goff

Hasta el final de su vida Le Goff siguió produciendo investigaciones y ensayos fundamentales para comprender e interpretar la Edad Media sin clisés

Por 

Foto: La Nación
Hijo de un profesor de inglés de ideas anticlericales y de una profesora de piano católica, con inclinaciones sociales e izquierdistas, Jacques Le Goff nació en Toulon, el 1 de enero de 1924. Como recordó en numerosas ocasiones, su pasión por la Edad Media, brotó muy temprano de la conjunción de dos lecturas --Ivanhoe de Walter Scott y la Historia de Francia de Jules Michelet-- y las enseñanzas de Henri Michel, su profesor de historia en el liceo, quien más tarde sería un miembro activo de la Resistencia y uno de los principales especialistas en la Segunda Guerra Mundial. No obstante, las urgencias de la historia contemporánea retrasarían un poco la cita del joven Jacques y el Medioevo. En efecto, convocado durante la ocupación de Francia para el Servicio de Trabajo Obligatorio implementado por el gobierno de Vichy a requerimiento de la Alemania nazi, Le Goff huyó de Marsella, adonde se había trasladado para continuar sus estudios, se refugió en los Alpes y se sumó al maquis, con la tarea de recibir armas y medicamentos para la Resistencia.

Concluida la guerra y ya en las aulas de la prestigiosa École Normale Supérieure, Charles-Edmond Perrin lo orientó a investigar sobre la fundación, en el siglo XIV, de la Universidad de Praga, para lo cual viajó a esa ciudad, donde asistió al "golpe de Praga" de 1948. Esa circunstancia --señaló en diversas entrevistas-- lo alejó de la atracción que muchos de su generación sintieron por la URSS, aunque siempre reivindicó la necesidad de tener en cuenta y reflexionar acerca del aporte de Marx. Después de aprobar su concurso de agrégation, Le Goff pasó un año en Oxford y otro en Roma, trabajó un año en el CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique) y se desempeñó como profesor asistente en la Facultad de Lille antes de obtener, en 1960, un cargo en la VI sección de la Escuela Práctica de Altos Estudios (EPHE) dirigida por Fernand Braudel, que sería de allí en más su principal ámbito de trabajo.

Luego de la publicación de dos libros pequeños y sustanciosos que desde entonces no han dejado de reeditarse (Mercaderes y banqueros de la Edad Media, en 1956 y Los intelectuales en la Edad Media, en 1957), la aparición de La civilización del Occidente medieval (1964) mostró a Le Goff plenamente volcado a profundizar las líneas transformadoras propuestas por la Escuela de los Anales (así llamada por la revista Annales d'Histoire Economique et Sociale, fundada en 1929 por Marc Bloch y Lucien Febvre). El gran objetivo es forjar una historia totalizadora y viva, superando la concepción de la historia como relato de una sucesión de acontecimientos militares, políticos y diplomáticos; internándose más allá de las fuentes tradicionales; enriqueciendo la mirada del historiador con las perspectivas de otras ciencias humanas. Los trabajos de Le Goff, Georges Duby, Pierre Nora y Philippe Ariès pronto ampliaron el campo de investigación, al principio centrado en la historia económica, la demografía y los problemas de la "larga duración", en la dirección de la historia de las mentalidades y la antropología cultural. En 1969 Le Goff accedió, junto con Emmanuel le Roy Ladurie y Marc Ferro, a la dirección de los Annales y tres años más tarde, sucedió a Braudel como presidente de la EPHE, que bajo su gestión se transformó en establecimiento autónomo con el nombre de Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS).

Los compromisos institucionales no afectaron el vertiginoso ritmo con que Le Goff siguió produciendo a lo largo de toda su vida libros fundamentales para una comprensión de esa "larga" Edad Media [ver adelanto] liberada, tanto del estereotipo del oscurantismo lúgubre como de la visión idealizada de tiempo del amor y la caballería. Una Edad Media que --no dejaba de recordar-- nos legó desde la ciudad y las universidades hasta el tenedor. Son muestra de ello, entre otros títulos, Pour un autre Moyen Age (1977), El nacimiento del purgatorio (1981), El imaginario medieval (1985), La bolsa y la vida (1986), Saint Louis (1996), el Diccionario razonado del Occidente medieval (con J.-C. Schmitt, 1999), ¿Nació Europa en la Edad Media? (2003). Al mismo tiempo, concibió obras en que plasmó sus reflexiones historiográficas como Historia y memoria (1988), La Nueva Historia (con R. Chartier y J. Revel, 1978), Hacer la historia (con P. Nora, 1974).

Dotado de una envidiable claridad conceptual y expositiva, convencido de que la divulgación no sólo no está reñida sino que, muy por el contrario, es uno de los deberes del historiador ("Un historiador hoy tiene un triple deber: la investigación, la enseñanza y la divulgación", afirmó entrevistado por Martine Fournier), Le Goff se aventuró también en la arena de los medios masivos de comunicación, al producir, por ejemplo, el ciclo Los lunes de la historia, emitido por France Culture desde 1968.

"Historiador hasta el tuétano, ha estado, más que cualquier otro, atento a la dimensión fundamental de la historia, el tiempo y la conciencia del tiempo", escribía Pierre Nora en uno de los artículos de L'ogre historien (El ogro historiador, 1999), el libro de homenaje que sus colegas dedicaron a Jacques Le Goff, cuando él cumplió 75 años. Sus últimos libros, A la recherche du temps sacré. Jacques de Voragine et la Légende dorée (2011) y Faut-il vraiment découper l'histoire en tranches (2014), publicado apenas unos meses antes de su deceso el pasado 1 de abril, demuestran que esa atenta sensibilidad de historiador lo acompañó hasta sus últimos días.  


© La Nación

Europa se asocia con la Argentina en biología molecular



Acuerdo

Por  » @norabar 
Mail: nbar@lanacion.com.ar • Ver perfil

"La biomedicina actual está dentro de la big science: para hacer contribuciones importantes es imprescindible contar con instituciones de excelencia, la colaboración entre países y darle libertad al talento de los investigadores jóvenes."

Estas ideas, toda una declaración de principios, pertenecen a Iain Mattaj, director general del prestigioso Laboratorio Europeo de Biología Molecular (EMBL) , fundado hace cuarenta años por el físico Leo Szilárd y los premios Nobel James Watson y John Kendrew con la idea de crear un centro supranacional que liderara la investigación mundial en genética y biología molecular.

Ayer, gracias a un acuerdo firmado por el ministro de Ciencia, Lino Barañao, y el profesor Mattaj, la Argentina se convirtió en el primer país de América latina que se incorpora como miembro asociado de este centro, considerado uno de los primeros cinco del planeta por la jerarquía de sus investigaciones.

La membresía del EMBL, que tiene su sede central en Heidelberg y opera también desde otras cuatro ciudades europeas en Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia, facilitará la participación en "el campeonato de primera división" de la investigación biomédica internacional.

Integrado por 20 países y con Australia como miembro asociado, permitirá el desarrollo de investigaciones conjuntas; programas de formación de recursos humanos en centros europeos de excelencia; acceso preferencial a las instalaciones, y servicios del laboratorio europeo; participación en programas de infraestructura para la investigación; otorgamiento de titulaciones doctorales y posdoctorales conjuntas; promoción de cursos, talleres, capacitaciones y otras actividades; inclusión de instituciones argentinas en actividades desarrolladas por empresas vinculadas con el EMBL, y la creación de centros latinoamericanos de formación interdisciplinaria para el abordaje de problemas complejos, entre otros privilegios.

"Este acuerdo es realmente significativo, ya que forma parte de un proyecto estratégico para la Argentina -dijo Barañao-: implica la posibilidad de participar en centros de investigación del más alto nivel, poder enviar investigadores no sólo argentinos, sino también de otros países de la región; invitar a científicos destacados, acceder a equipamiento y colecciones de datos. Pero fundamentalmente significa que la Argentina será la conexión entre América latina y Europa en materia científico tecnológica. Por eso creemos que esta asociación tendrá un impacto importante no sólo desde el punto de vista de las investigaciones que podremos encarar, sino también en la política científica de países de la región."

"Estamos encantados de recibir a la Argentina, que tiene una sólida reputación en biología molecular, como país asociado -dijo Mattaj-. Una de las funciones del EMBL es proveer acceso a su infraestructura, alentar las colaboraciones, los intercambios y proveer entrenamiento a jóvenes que son el corazón de la comunidad científica. Y lo importante es que somos una organización que alienta a los que vienen a entrenarse o a trabajar a Heidelberg a retornar a su país de origen para enriquecerlo. Esto es el comienzo de una larga relación con América latina, guiada por la Argentina."

Y más adelante agregó: "Estamos para ayudar a los países miembros a organizar instituciones con un modelo similar al nuestro y para ayudarlos a colaborar entre sí."

El primer proyecto contemplado por el comité científico local del EMBL es un concurso de proyectos de bioinformática cuyo lanzamiento está previsto para septiembre.  


© La Nación