martes, 25 de febrero de 2014

‘La lista’, la nueva novela de Frederick Forsyth



• “¿Terrorismo? En la guerra hay que matar al enemigo: legítima defensa” 
• “Espías, terroristas, mercenarios... ese mundo sigue siendo el mismo”

El escritor británico Frederick Forsyth, en el madrileño hotel Villa Real. / ÁLVARO GARCÍA
En la jerga de los servicios de inteligencia anglosajones un clean skin olily-white —definiciones ambas que corresponden a un carácter aparentemente impoluto— es un individuo que nunca se ha unido a un grupo susceptible de ser vigilado, que vive y trabaja en las sociedades occidentales sin llamar la atención, que guarda solo en su mente las motivaciones y planes para perpetrar un atentado. “El asesino solitario es el más peligroso”, subraya durante una entrevista en Londres el escritor británico Frederick Forsyth, uno de los grandes del thriller contemporáneo, que en su última novela La lista aborda ese perfil del terrorista de signo islámico que “está fuera de radar y es el gran dolor de cabeza” para las fuerzas de seguridad.

El título del libro alude a una lista secreta que se revisa cada semana en el despacho oval de la Casa Blanca y que contiene los nombres de los terroristas más amenazadores para Estados Unidos, sus ciudadanos y sus intereses. La misión de una unidad que opera en la sombra es identificarlos, localizarlos y destruirlos. Forsyth (Ashford, Inglaterra, 1938) recurre a su habitual estilo periodístico, que destila una documentación meticulosa, para relatar con grandes dosis de adrenalina la operación de caza de uno de esos hombres. No tiene nombre, rostro o paradero conocido, pero los efectos de sus proclamas en la Red son letales. Apodado El Predicador por un exmarine encargado de neutralizarlo (El Rastreador), utiliza Internet como “control remoto” para radicalizar a jóvenes musulmanes e instigarles a matar.

“Primero está el odio y luego viene la justificación”, escribe el Forsyth narrador sobre esos ciudadanos convertidos al terrorismo que en su novela atentan contra personajes de la vida pública que tienen a su alcance. Y lo hacen a la luz del día, al igual que en la vida real dos hermanos sin filiación conocida hicieron explosionar dos artefactos caseros en plena maratón de Boston (abril de 2013) o un mes después dos británicos de origen nigeriano asesinaban a machetazos a un soldado en las calles de Londres. Ante sucesos como estos, y que ocurrieron después de que el novelista comenzara a trabajar en La lista, Forsyth no atiende a motivaciones de tipo social o político: “Todavía no sabemos por qué estos jóvenes se radicalizan, el secreto sigue encerrado en sus mentes”.

De conocido talante conservador, lo cual no le resta un ápice de independencia en sus opiniones, el escritor que antes ejerciera el periodismo en Reuters y la BBC no comparte los argumentos de la guerra contra el terrorismo que condujeron a las invasiones de Afganistán e Irak. “La guerra de Irak fue un desastre personal de George W. Bush, que quiso vengarse de Sadam Husein por intentar matar a su padre y además embarcó al estúpido de Tony Blair”. Ese es su veredicto. Forsyth se agita cuando habla del ex primer ministro británico, un político a quien nunca perdonará, dice, “por haber mentido al Parlamento” (asegurando que existían pruebas sobre el arsenal de armas de destrucción masiva de Sadam) y al que responsabiliza de la enorme desconfianza que hoy suscita la clase política en el Reino Unido. Igual de contundente se muestra a la hora de calificar a Edward Snowden, el ex analista de inteligencia que filtró miles de documentos sobre el espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense: “Es un traidor que reveló a Al Qaeda el secreto de los programas de defensa y con ello nos hizo más vulnerables”.

El autor que consiguió el éxito ya con la publicación de su primera novela, Chacal, en 1971, sigue volcado más de una docena de libros después (Odessa, El puño de Dios, Cobra…) en “la misma gama de personajes, de espías, mercenarios o terroristas… Ese mundo sigue siendo hoy el mismo aunque cambien los actores, antes el IRA o ETA y ahora el fundamentalismo islámico”. Desde los tiempos de aquel asesino a sueldo que intentaba matar al presidente francés Charles de Gaulle hasta la presente era cibernética, las herramientas que tiene a mano un escritor se han sofisticado mucho, pero Forsyth prefiere seguir ciñéndose a sus fuentes directas, a sus contactos en los servicios de inteligencia o militares y a los expertos en diversos campos, en lugar de recurrir a Internet para documentarse (“En muy contadas ocasiones cotejo fechas en Google”, sostiene).

La precisión en los datos sigue siendo su gran obsesión, ya sea cuando describe minuciosamente las operaciones de las agencias de inteligencia o la sofisticada labor de uno de los protagonistas de La lista,un joven genio de la informática que ayuda al Rastreador a interceptar en la red al ciber-predicador islámico. La lista que tiene como principal objetivo a ese instigador de terroristas es “necesaria” en el mundo de hoy, opina Forsyth, quien no apoya la pena de muerte en la jurisdicción civil aunque sí la ejecución de terroristas identificados: “¿Terrorismo? En la guerra, hay que matar al enemigo. Legítima defensa”.



 Obra seleccionada 
• Chacal (The day of the jackal, 1971).
• Odessa (The Odessa file, 1972).
• Los perros de la guerra (The dogs of war, 1974).
• La alternativa del diablo (The devil’s alternative, 1979).
• El cuarto protocolo (The fourth protocol, 1984).
• El manipulador (The deceiver, 1991).
• El puño de Dios (The fist of God, 1994).
• El manifiesto negro (Icon, 1996).
• Vengador (Avenger, 2003).
• El afgano (The afghan, 2006).
• Cobra (The Cobra, 2010).




• Patricia Tubella •



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La ópera se desnuda, de Rameau a Verdi



 MÚSICA 


En la última década, a las relecturas modernas de los grandes títulos se ha sumado el gusto por despojar a los intérpretes del vestuario. ¿Exigencias del guión o un reclamo para atraer un nuevo público? Aquí seleccionamos algunos ejemplos 

 Les Indes Galantes, (1735) de Jean-Philippe Rameau 

OPERA BORDEAUX - GUILLAUME BONNARD
Con motivo del 250 aniversario de la muerte de Jean-Philippe Rameau, Francia ha organizado numerosas actividades para celebrar a quien está considerado como uno de sus máximos exponentes musicales. Una de ellas es la reposición de su segunda ópera, y la que más éxito cosechó, «Les Indes Galantes».
Compuesta en 1735, es una partitura que ha sido revisitada en varias ocasiones por uno de los paladines del compositor francés, Christophe Rousset, que junto a su grupo Les Talents Lyriques ya la llevó a escena hace un par de años, con un montaje algo discutido firmado por Laura Scozzi. La producción, estrenada en 2012 en Toulouse, se presenta estos días en la Ópera de Burdeos, acompañada en fechas sucesivos de un recital y un concierto del mismo compositor, a las órdenes también de Rousset (quien también ofrecerá un concierto en Sevilla con música de Rameau el próximo 22 de marzo).
Discutida pues en esta ópera-ballet Scozzi coloca a los intérpretes bailando y correteando desnudos, mostrándose su amor, durante todo el prólogo. (La obra simboliza la época despreocupada, refinada, dedicada a los placeres y a la galantería de Luis XV y de su corte). También por la actualización que realiza la directora. El resto de la obra servía en el siglo XVIII como excusa para realizar un gran espectáculo, en el que se probaba todo tipo de maquinaria revolucionaria para aquella época, sustituida aquí por proyecciones, y un vestuario muy contemporáneo.
Los escenarios éxoticos e idilícos de entonces -Turquía, Perú, Persia y Norteamérica-, se tranforman en rutas de tráfico de personas, tráfico de droga, o en escenario de opresión hacia la mujer...
Resulta una paradoja que mientras desde el foso, Rousset aboga por la recuperación historicista de la partitura de Rameau, con una magnífica interpretación, sobre el escenario Scozzi realiza una lectura pseudo-política contra los males que afloran en el siglo XXI, haciendo especial hincapié en el acto tercero, Les Fleurs, donde se denuncia el maltrato y el desprecio hacia la mujer en los países árabes de las formas más elocuentes. Es, sin embargo el sentido del humor, el que logra suavizar algunas de estas escenas, convirtiendo este viaje finalmente en un divertimento, en el que, lamentablemente, para algunos muchas veces la escena le resta el protagonismo a la música.
 «Armida» de Gluck 

ÓPERA CÓMICA DE BERLÍN
Calixto Bieito reitera en el tema del desnudo. Considerado uno de los directores más polémicos, y al mismo tiempo más internacionales, siempre le ha gustado mostrar al ser humano desde perspectivas que removieran al espectador de sus butacas. Lo hizo, y sin quitarle la ropa a los cantantes, en «Un ballo in maschera» en el Liceo. Ahí le bastó bajarles los pantalones y mostrarles sentados en un retrete. Pero Bieito fue increscendo y así lo hemos comprobado tanto en España como fuera de nuestra fronteras. En la imagen superior se puede ver una relectura de «Armida», compuesta por Gluck, del que también se celebra ahora los 300 años de su nacimiento, en una producción que se pudo ver en 2009 en la Komische Oper de Berlín.
La arrebatada historia de amor-odio entre la poderosa reina de Damasco, Armida, y el cruzado Rinaldo es reinterpretada por Bieito a modo de «poema sobre las fantasías de una mujer», plagada de efebos desnudos en escena, imágenes oníricas y ardor desbordado. «Quería explorar esas fantasías», explicó a Efe el director. El resultado como suele suceder dividió al público, que aplaudió la parte musical y abucheó la escénica.
 «Tannhäuser», (1845) de Richard Wagner 

JAVIER DEL REAL
Ian Judge fue el encargado de subir la temperatura en el Teatro Real en 2009 con su versión de «Tannhäusser» de Richard Wagner. Calificado de provocador y sexualmente explícito -algunos fueron más lejos y lo llamaron pornográfico-, el montaje se inicia con una bacanal en un cabaret en el que se deja poco para la imaginación. Dirigido musicalmente por López Cobos, fue más el escándalo preliminar que lo que después sucedió con el público que no mostró un rechazo especial.


Judge trasladó la historia del siglo XII al XIX y situó la acción en un elegante salón en el que combatirán la carne y el espíritu. «El principal reto ha sido dejar que Wagner flote por encima de lo erótico, lo exótico o lo dramático, que lo que se ve en el escenario 'refresque' lo que se está escuchando, que enganche por el pescuezo al espectador y no le deje distraerse ni un momento», advirtió el propio Judge antes del estreno.
 «Un ballo in maschera», (1859) de Verdi 

Algunos de los intérpretes senior que participaron en este montaje
Alemania parece gustar de este tipo de ejercicios, como es el de escanlizar al público operístico a través de sus puestas en escena. ElTeatro de Erfurt persentó en 2008 una producción sobre «Un ballo in maschera» de Verdi, que levantó suspicacias no solo porque participaran en ella 35 voluntarios de la tercera edad que en un momento de la producción aparecían vestidos únicamente con una máscara de Mickey Mouse -«es una escena muy bella, poética», seguró el director del teatro Guy Montavon-; sino porque además, el director de escena situó la acción en los atentados del 11-S. «El concepto es una crítica sobre América, una América en la que vive mucha gente rica y mucha gente pobre, sobre la guerra y los excesos de la sociedad estadounidense de nuestros días», explicó Montavon a Afp. Las entradas para las cuatro representaciones, casi no hace falta decirlo, se agotaron.

 Wozzeck, (1925) de Alban Berg 

 Wozzeck, (1925) de Alban Berg 
Calixto Bieito, en su debut en 2007 en el Teatro Real (al que no ha vuelto, pero al que Matabosch tiene previsto rescatar), no dejó a nadie indiferente con esta coproducción con el Liceo. La dureza de la historia de «Wozzeck» de Alban Berg, daba un amplio margen al director de escena para incorporar al escenario lo que se había convertido en su leit motiv, sangre, vísceras, violencia y desnudos. Actualizó la acción, incluyendo guiños a dramas -algunos recientes y bastante cercanos-, como el chapapote y Chernobyl.
«Me imaginé una sociedad post-petróleo y post-gases, una sociedad víctima de la contaminación total», afirmó antes del estreneo el artista catalán, quien admitía que la única licencia que se ha tomado era la de cambiar a los soldados de la obra original por obreros, con una estética que le sugirió la película 'Metrópolis', de Fritz Lang. «Todo está en la música, esta ópera ya se pregunta ¿qué es el hombre?».
El último acto de esta gran tragedia presentaba al coro desnudo andado desde la penumbra del fondo del escenario hacia adelante, hasta el comienzo del escenario, creando una imagen realmente impactante, que no escandalizó a un público algo mareado con tanta víscera.
 Tristán e Isolda (1859), de Richard Wagner 

JAVIER DEL REAL
Todavía tenemos reciente en la memoria el montaje de «Tristán e Isolda», realizado por Peter Sellars, con proyecciones de Bill Viola. Estrenada la producción en la Ópera de París en 2005, se ha podido veren el Teatro Real el pasado mes de enero. En ella, se representa a los protagonistas en dos niveles, el real, con los cantantes en un escenario minimalista, coronado por dos pantallas donde se proyectan los alter-ego.
«Me gusta 'Tristán e Isolda' porque es un mito. Es una historia fuera del tiempo, fuera de la conciencia, que no surge de la cabeza sino que sale del sentimiento, del corazón», explicó en Madrid Bill Viola. Y, sobre todo, «no es una tragedia. Es una experiencia vital que te envuelve, que está fuera de tu control. Es la entrega incondicional, que está más allá de la vida». A lo que añadió que se trata de «una ilustración del paisaje interior del ahora. Es una obra que se produce en tiempo real. Todo se mueve en continuo en la misma dirección, pero no hacia un desenlace».
En sus imágenes, que se proyectan a lo largo de cuatro horas, los protagonistas también se despojan de la ropa, en una acción ralentizada que le otorga al momento un halo de poesía y de misticismo sobrecogedor. 

Susana Gaviña →  
• Fuente → abc.es

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